sábado, 21 de julio de 2007

¿CON EL PÚBLICO O A PESAR DEL PÚBLICO?


¿Crear pensando en el público o a pesar del público?

¿Programar a pesar del público o para el público?


Desde los doce años soy un visitante habitual de las salas de conciertos. En aquella época casi llevado por la curiosidad y debido a los comentarios de un amigo de lo que significaba para él la experiencia de un concierto con una orquesta en vivo, pedí a mi madre que me acompañara, desde ese fin de semana y hasta la fecha hace ya casi veinte años, probablemente no pasa una semana en la que no acuda por lo menos a un concierto.

Así que podría decirse que soy algo así como un público profesional. Mi afición llega a tal grado que cuando viajo procuro asistir por lo menos a un concierto o a varios si el tiempo y las actividades planeadas me lo permiten (aunque normalmente esto es parte habitual de los planes). He llegado a tal grado que he asistido inclusive durante años y cada semana a los ensayos de una orquesta, además, por supuesto, de asistir al concierto semanal. Llegué inclusive a trabajar en una orquesta no como músico sino como bibliotecario y solía sentarme durante cada ensayo justo en medio de la orquesta y desde luego, dentro de mis responsabilidades estaba el estar presente en los dos conciertos que la orquesta daba a la semana. Después con el tiempo pasé a ser un integrante de esta y a pesar de ello seguía asistiendo a otros conciertos siempre que podía y valía la pena el programa. Y así a lo largo de mi vida y desde esa primera ocasión sigo perfeccionándome en mi profesión de público musical profesional.

Mi afición me llevó al final como era casi previsible a dedicarme a la música y ya también llevo una buena cantidad de años viviendo de ello. Pero aún sigo siendo un espectador habitual y regular, sólo que hay ahora una sustancial diferencia entre el adolescente e inclusive el joven que con veintitantos acudía a un concierto en busca de algo que no sabía definir de una manera exacta y definitiva y cuyo comentario habitual, pero no por ello correcto ni más ajustado a la verdad era me gusta o no me gusta. Ahora a la vuelta de los años y como resultado de la reflexión puedo decir que lo que busco es sin duda la experiencia trascendental que sólo la música puede ofrecer al ser humano. Schopenhauer decía que a la música ha de reconocérsele que expresa la Idea misma del Mundo, hasta el punto que si alguien fuera capaz de trasladar esto a conceptos abstractos sería dueño de una filosofía con la que explicarse el Universo. La realidad es que es imposible decir algo más respecto a la música aparte de que es una vivencia, y yo lo que ahora busco –y desde siempre, sólo que ahora lo tengo absolutamente claro- cuando me interno en una sala de conciertos es estar presente cuando la música suceda.


No garantiza en absoluto que suceda la música si se programa una obra maestra como alguno de los últimos cuartetos de Beethoven, la sinfonía Gran Do mayor de Schubert o la Inconclusa, la octava sinfonía de Bruckner, las Variaciones Goldberg de Bach, los nocturnos de Chopin, etc.; es decir, esto no es, como creía en mi juventud, una garantía de que la música sucederá, sólo sucederá si las condiciones que la hacen posible se concretan y se unifican, esto por desgracia no es lo más común, pero aún sucede. Así que para mí es igualmente una gran sorpresa que suceda con autores bien integrados en el repertorio como con autores menos conocidos por más actuales, no importa que se llamen Grisey, Stockhausen, Luna, Sciarrino, Nono, Kurtag o Ferrer, lo único importante para mí es que la música suceda.


Y esto lo tengo muy presente cuando escribo mis obras. Yo escribo la música que me gustaría escuchar justo porque estoy convencido de que si es correctamente recreada el resultado será musical. Y también estoy convencido de que el público aunque probablemente no es consciente de qué es lo que busca cuando entra a una sala de conciertos (no tiene porque saberlo creo yo, pues al final no es algo que se sepa, sino que repito, se vive) es sensible, y además posee como cualquier ser humano lo que es una especie de instinto musical, el cual nos dice que a pesar de la calidad de la interpretación de la obra que se acaba de hacer allí –cuando aplica- lo que pasó frente a nuestros oídos fue una obra maestra y existe la posibilidad de que esta en algún momento nos conduzca a la experiencia musical cuando la obra corra con más suerte y encuentre unos intérpretes que le permitan ser. Por otro lado, también lo contrario sucede, el público sensible es capaz de reconocer de alguna manera inconsciente –aparentemente- la nula calidad musical de ciertas obras que inclusive se tienen como joyas del repertorio contemporáneo, pero como bien sabemos el tiempo es la prueba de fuego para cualquier obra, si esta es en verdad una obra musical durará y será acogida por el público, si no lo es, aunque la crítica así lo asegure –cosa que ha sucedido y sucede muy habitualmente- esta no resistirá el paso del tiempo y será al final olvidada, a pesar de lo poderosos que pudieran haber sido en su momento los intereses implicados en la –probablemente- constante programación de estas piezas en el presente.


¿Para quién escribe el músico creador?


Por supuesto sólo puedo dar mi versión de ello, cosa que en buena medida he hecho ya, pero también puedo decir que finalmente, tras adoptar la postura a mediados de los cincuenta -más o menos- los creadores de dar la espalda al público y teniendo a Adorno como un referente de la teoría de la Nueva Música (Neue Musik), hay desde hace un buen tiempo la contrapostura de volver a la música a su origen orgánico y natural, y no negar que en el campo de la acústica existe la armonicidad y la inarmonicidad, y que esta tiene una repercusión en la mente del auditorio de forma natural y orgánica, misma que más allá de cualquier postulado teórico es insustituible e innegable. Así que estamos, volviendo un grupo de creadores a parámetros que se consideraron prohibidos durante buena parte del siglo XX, la melodía, el concepto de consonancia y el de centro tonal (no tonalidad, aunque inclusive esta) en mi opinión para devolver la música a buena parte del público que se ha perdido, no como un objetivo sino como una consecuencia de reconocer el valor del mismo y la naturaleza musical y sensible que todo ser humano posee incluidos nosotros mismos.


Para cerrar este escrito quiero sólo reconocer que en lo personal si alguien es capaz de escribir una obra tan perfecta como una sinfonía de Bruckner en esta época y en la tonalidad de Re mayor o la que sea, esto para mí tiene tanto más valor por cuanto musical que es, que cualquier obra que se proponga a sí misma como una forma de transmisión de conocimiento, sólo porque justo la música no tiene nada que ver con la mente, la mente humana no es capaz de apreciar lo que de musical tiene la música, el conocimiento sí es, por otro lado, asimilable por la mente humana, así pues: vivencia (única, insustituible e individual) o palabra (la vivencia a través del filtro de la mente y del lenguaje), he allí el dilema.


domingo, 8 de julio de 2007

LA CREACIÓN HOY

Este texto es una adaptación libre de la charla que se celebró el 28 de mayo de 2007 en la Feria del Libro de Madrid.


Llamadme Iván.


No veo mejor forma de empezar esta charla que rindiendo homenaje a uno de los libros que más me han marcado, pues tratándose esta de una feria dedicada a los libros, no hay mejor ocasión para que hable de mi experiencia en la creación que a través de uno de mis libros favoritos: Moby Dick, de Herman Melville.


Pero antes de entrar en materia quisiera insistir en que creo sinceramente que no es posible hablar de la creación en presente, o mejor dicho, creo que de la creación sólo es posible hablar en presente, pues el acto creativo sólo cobra cabal sentido cuando es finalmente contemplado, es decir, vivido. Esta es sin duda una parte fundamental del crear, el relacionarse con la experiencia que aporta esa obra de arte, por ello creo que sólo es posible hablar de la creación en un presente continuo, en un hoy absoluto que ocurre cada vez que el cuadro, la imagen, el poema, la obra musical, la obra teatral son contempladas, y en su caso ejecutadas o recreadas, y por tanto nos conducen a vivir la experiencia estética.


Vuelvo ahora al libro de Melville. Seleccioné este libro porque además de ser uno de mis favoritos como he mencionado, es además un libro con el cual me identifico como creador, y es que me identifico con sus dos principales personajes cuando pienso en mi experiencia en el arte. Primero con el capitán Ahab. Un hombre de mar dedicado a la caza de ballenas que un buen día en alta mar tiene la suerte de encontrarse con la gran y terrible ballena blanca, con el Leviathán, con Moby Dick, y sale a su caza. De este monstruo tan blanco como la cima nevada de las montañas, los marineros conocían sólo las historias que otros marineros contaban, pero "pocos han sido los que la han visto de manera consciente y menos aún los que se han enfrentada a ella a sabiendas…" Ahab será uno de esos pocos. Sale a su caza con tres embarcaciones, tres lanchas, mismas que destroza la ballena y en la locura y desesperación de Ahab por dar muerte a Moby Dick se monta en ella con un puñal de 6 pulgadas en la mano mismo con el que intenta darle muerte (¡!), hundiéndolo una y otra vez en la blanca ballena. Moby Dick le engancha con su torcida quijada y de un bocado le cercena una pierna.


Es en el viaje de vuelta -nos dice Ismael quien es el otro personaje principal, el relator de la historia- y tras sufrir constantemente el intenso dolor y tomar conciencia de la pérdida de la extremidad, que Ahab inmerso en esa locura y desde entonces presa de la rabia y el delirio sólo concibe una idea que dé sentido a su existencia: dar caza a Moby Dick.


Pues bien, en mi opinión la historia de muchos creadores –entre los que me incluyo- es muy parecida a la de Ahab. Un buen día una persona tan común y corriente como cualquiera accede a un teatro, a una sala de conciertos, contempla un lienzo, lee un poema, una novela y después de esta experiencia queda marcado para siempre, tan marcado como si ese acto de contemplación le hubiera llevado a perder una extremidad, pero en este caso se trata sin lugar a dudas de una pérdida aún mayor y es la pérdida de la propia identidad. La experiencia en el momento es, sin duda alguna de una gran intensidad, pero es en los días posteriores a ella, cuando se vive la falta de esa experiencia e intenta uno revivirla una y otra vez inútilmente –pues es única e irrepetible- que uno deja de ser para poder ser, es decir pierde uno su identidad, pero a cambio recibe un camino y una posibilidad de ser. Y ya está, desde entonces nada dará sentido a la propia existencia si no es el cazar a la gran ballena blanca que no es otra cosa que el acto artístico-creativo, nada será si no se logra atrapar, aprehender a la experiencia estética y por supuesto exhibirla que no es otra cosa que hacer a los demás partícipes de ella.


Pero el capitán Ahab es igualmente un ilusionista, y con esto no quiero decir que la obra de arte sea una ilusión, al contario, la obra de arte es la más absoluta de las realidades conformada por la más cruda realidad. Pero Ahab es un ilusionista porque crea en su tripulación la ilusión de que la ballena, a la que repito, sólo han conocido a través de historias, en verdad existe y además, que atraparla dota de algún sentido superior a su viaje. Pues bien, el artista es igualmente un ilusionista porque es capaz de crear en nosotros la ilusión de que ese terrible animal marino existe, que la experiencia estética en realidad es justamente todo lo contrario a la ilusión y por supuesto nos hace creer antes de experimentarla, que justo esta puede dotar de algún sentido a nuestro viaje. Aparecemos entonces como los navegantes de un barco que se dedican a una tarea muy específica, es decir no somos todos los convocados a esta aventura sino sólo somos algunos los que estamos dispuestos a embarcarnos y a recorrer medio mundo para estar presentes cuando el acto artístico tenga lugar, pero así como a la tripulación del Pequod la movían intereses diversos, entre las personas que acuden a una sala de conciertos o a una galería también existen distintas razones por las que buscamos esa vivencia.


Hablaré entonces de Ismael el otro gran personaje de esta novela, el relator, el único sobreviviente de la aventura y el único testigo que puede dar fe de ella. Decía que me identificaba con ambos personajes y diré ahora el porqué de mi identificación con Ismael. Dice Ismael: "…no habiendo nada especialmente interesante para mí en la tierra decidí embarcarme, para ver la parte líquida del mundo…" Ismael es un personaje que se involucra en esta aventura casi por casualidad, él no es un marino profesional, es un profesor de escuela, pero la navegación es su forma de escapar del mundo cuando como él dice "hay un sombrío y húmedo noviembre en mi alma…" y sin embargo es el único que sobrevive a la aventura. También es el relator, el único que puede dar fe del enfrentamiento de Ahab con Moby Dick, y de la suerte de ambos. Es decir que él mismo vio a la ballena, se enfrentó a ella y logró casi también por una casualidad sobrevivir a la aventura. ¿Es el mismo Ismael antes y después de la experiencia? Tan diferente como haber sobrevivido al naufragio y al enfrentamiento, pero al fin y al cabo ¿quién puede entender realmente la fuerza de la experiencia que vivió? ¿Quién puede apreciar en toda su extensión las consecuencias de la misma si no él mismo? ¿No es el creador a su vez el relator de diversas historias a su vez por él experimentadas? ¿Y quién puede dar justa cuenta de ellas sino él mismo? Pero, ¿cuáles han sido y siguen siendo las razones para exponernos constantemente a la vivencia artística, sino el no encontrar nada que sea especialmente interesante en la tierra, en la cotidianidad, en la aparente realidad para nosotros? Pero si decidimos embarcarnos, no nos embarcamos como un pasajero más, sino como parte de la tripulación, como un marino más que comparte obligaciones pero también el fruto de la caza. Pero también corremos el riesgo de ser sacudidos y arrojados por Moby Dick, y es entonces que la única vía para recobrar la cordura perdida tras la vivencia es exponer nuestra propia versión de la misma ¿O es que no somos al final de la experiencia sino sobrevivientes, sobrevivientes del naufragio de la realidad en las aguas de la absoluta verdad? ¿Náufragos que son recogidos por otros en busca de sus propios y extraviados hijos y que sólo encuentran a un nuevo huérfano dueño de una historia?


Pues mi experiencia como creador se define también porque soy un relator de otras historias, de otras experiencias a las que tenido acceso, que he vivido. Es justamente por mi amor a estas experiencias que dedico mi vida a su búsqueda y captura, aún cuando, como la ballena blanca, al final se pierde la vivencia en la extensión del inmenso mar, en la dilatación de la nada y lo único que queda de ella es lo que somos después de ella. Al final quedamos aferrados a un trozo de madera que es justamente el símbolo de la muerte –como Ismaeles aferrados al ataúd de Queequeg- pero que a su vez nos permite subsistir y entonces volvemos a contar nuestra historia en la que de nuevo somos Ahab e Ismael, y nos embarcamos en busca de una leyenda, de una historia, de la gran bestia indomable.