lunes, 8 de octubre de 2007

¿Música y libertad?

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres."

El Quijote a Sancho. Miguel de Cervantes.


Con cariño y admiración para A. Luna


¿Existe en el acto musical libertad?


¿Es libre el recreador al recrear?


¿Dónde radica la libertad en la experiencia musical?


Y el público, ¿existe libertad en la vivencia del acto musical?



Recuerdo un maravilloso cuadro de Delacroix conservado en el museo de Louvre, La Liberté guidant le peuple, donde la libertad es representada por una hermosa y fuerte mujer semidesnuda que, llevando una bandera en lo alto, guía a través de los muertos y las ruinas a un grupo de revolucionarios de aparentemente diversas procedencias -a juzgar por su apariencia y entre los cuales el propio Delacroix se incluye como el burgués que fácilmente se identifica- en la revuelta de 1830 contra la monarquía Borbona en Francia. Y le recuerdo porque es una de las obras de arte que hacen de su materia principal la lucha por y la exaltación de la libertad. Pienso entonces que la libertad desde siempre ha sido y seguramente continuará siendo un tema recurrente en el arte, y me pregunto sobre la importancia y el papel que la libertad desempeña en el ejercicio de la actividad artística musical, en la creación, la recreación y por supuesto también en la exposición al acto artístico como oyente.


¿La libertad guía en la misma forma como muestra la imagen de Delacroix al músico a través del acto creativo o recreativo? ¿Existe esta sublimación de la libertad por parte del músico en el ejercicio de su actividad?


Por supuesto habría primero que definir lo que el término libertad significa. Una acepción bastante aceptada y generalizada es, que libertad significa el ejercicio responsable de la posibilidad de actuar de cualquier manera o de no actuar.


Dado lo cual, lo primero sería determinar si el músico en el ejercicio responsable y respetuoso, en el que el objetivo primordial es crear las condiciones para que la música se revele a través del fenómeno sonoro, es libre de obrar en cualquier sentido. En mi opinión, no. Y no, porque la recreación exige del intérprete una humilde y atenta actitud, que permita a la música expresarse sin imposiciones de ninguna índole, pues esta para poder ser, necesita de absoluta libertad para devenir. En una entrevista, el pianista Alfred Brendel1, uno de los más honestos y comprometidos artistas respondía a la pregunta de a qué tradición de interpretación pertenecía de la siguiente manera: si pertenezco a alguna tradición, pertenezco a la tradición en la que la obra maestra le dice al intérprete qué debe hacer, y no el intérprete le dice a la obra cómo debería ser o al compositor qué es lo que debía haber escrito. Según esta declaración existe la posibilidad de ejercer una voluntad personal y caprichosa en el ejercicio de la música, por lo tanto existe también la posibilidad de no actuar en este sentido. ¿Libertad?


Durante el pasado siglo el sistema de mercado se encargó -con el objetivo de ampliar un negocio- de popularizar el tópico de la interpretación como algo donde cabe todo rasgo que defina la propia personalidad del intérprete, de este modo quedó desvirtuado para la gran mayoría del público –músicos incluidos- el valor de la interpretación como la recreación de una obra, que por sus características inmanentes, y sólo por medio de ellas, puede devenir o no en música. Es decir que una obra artística lo es por naturaleza y no gracias a la participación de terceros en su representación o exposición. Esto implica el hecho de que no existe mejor o peor música, sino por contra, existe música y por lo tanto todo aquello que no lo es, es otra cosa. Así pues, la labor del intérprete debiera ser única y exclusivamente la de establecer las condiciones en las cuales, a través del fenómeno sonoro la música se revela, es decir, se vuelve acto vivido, desprendiéndose y rechazando toda actitud egoísta que someta a la interpretación a un capricho o a una idea preconcebida de lo que debe la obra ser, es por tanto tan sólo un vehículo de la verdad. Reivindico por ello la actividad del recreador como un acto también de descubrimiento, pues para él también se revela en el momento de la recreación la verdad absoluta que es la música, y la descubre así en su naturaleza única, irrepetible, insustituible y fugaz. Es desde luego más fácil imponer, que escuchar y reaccionar de forma orgánica a la realidad física y metafísica de la música ¿pero se es más libre por ello? ¿O es tan sólo una vía de acceso a una libertad fingida y limitada por los rasgos de nuestra propia personalidad?


¿Entonces dónde radica la libertad -si cabe- en la música?


La libertad en el acto musical es inherente a sí mismo, es decir que forma parte indisoluble de la naturaleza propia de la música, así como del arte. Pero es en la música donde al trascender las barreras de la mente -del lenguaje-, que esa libertad se convierte más allá de toda resistencia de la voluntad en un absoluto, algo más, además de realidad, verdad y certidumbre, que el lenguaje es imposible de transmitir porque sólo es posible vivirlo, cito a Cioran: "Es el único arte que confiere un sentido a la palabra absoluto. Es el absoluto vivido…" 2


¿Y la libertad del creador?


El creador encuentra la libertad cuando de forma natural y orgánica, sin imposiciones también, permite y plasma un impulso y su consecuencia sin intentar alterar su libre curso y devenir. Se vuelve una necesidad esta experiencia de ser vehículo para que la naturaleza se exponga a sí misma, se revele, a quien seducido por su encanto descubre una posibilidad, la posibilidad de la música, la posibilidad de la vida y de la libertad de la propia existencia; porque si existimos en presente, pasado y futuro –tempo musical-, es porque justamente hemos trascendido nuestra propia existencia y reconocemos un sólo universo del que formamos parte indisoluble.


El creador nos brinda la posibilidad de salvar el hiato entre nuestro interior y el exterior, entre la libertad del yo y la libertad del nosotros, ustedes y ellos, fronteras de la libertad. Y el realizar esta labor es además su forma personal de salvar esa distancia, ese en ocasiones abismo que existe entre su más profundo deseo y lo que es capaz de exteriorizar. Su búsqueda de la libertad es su libertad, es aquel que con la bandera en la mano –la música- nos hace creer en un porvenir al cual es válido y necesario entregar nuestra conciencia y nuestra voluntad, para defender a la vez la libertad que no gozamos pero que intuimos cuando escuchamos, y que cuando se materializa sólo puede ser experimentada; su perfume nos envuelve, su esencia nos posee y dejamos de ser para poder ser, cedemos nuestra libertad física para encontrar la libertad absoluta del ser y el estar, para ver el tiempo como sólo un ser omnipotente podría apreciarlo, el presente, el futuro y el pasado en un mismo y continuo momento, la unidad de los muchos, y en ello el creador cede su propia libertad para dar libertad a la música, al arte, a la experiencia y por tanto a la vida.


1. Alfred Brendel: Man and Mask. Documental de la BBC.

2. CONVERSACIONES con E. M. CIORAN. Serie Marginales 146, de Tusquets Editores, 1997, Barcelona.


sábado, 11 de agosto de 2007

Heidegger, meditaciones sobre el arte.


"...en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de su existencia. Por ella llegan al reposo, no evidentemente al falso reposo de la inactividad y vacío del pensamiento, sino al reposo infinito en el que están en actividad todas las energías y todas las relaciones..."


F. Hölderlin


Ser obra significa establecer un mundo. Pero ¿qué es eso de un mundo?

El mundo no es el mero conjunto de cosas existentes contables o incontables, conocidas o desconocidas. Tampoco es el marco para encuadrar el conjunto de lo existente. El mundo se mundaniza y es más existente que lo aprehensible y lo perceptible, donde nos creemos en casa. Nunca es el mundo un objeto ante nosotros que se pueda mirar. Mundo es lo siempre inobjetable y del que dependemos, mientras los caminos del nacimiento y la muerte, la bendición y la maldición nos retienen absortos en el ser. El mundo se mundaniza ahí donde caen las decisiones especiales de nuestra historia, unas veces aceptadas por nosotros, otras abandonadas, desconocidas y nuevamente planteadas.

Al abrirse un mundo todas las cosas adquieren su ritmo, su lejanía y cercanía, su amplitud y estrechez.

Dar espacio quiere decir aquí: dejar en libertad lo que de libre tiene lo abierto y ordenarla en el conjunto de sus rasgos.

La impulsión que la obra es por ser esta obra, y el no cesar esta impulsión constituye en la obra el constante reposar en sí.

Mientras más solitaria está la obra en sí, afirmada en la forma, mientras más finamente parecen disolverse todas las relaciones con el hombre, más sencillamente entra en lo manifiesto el empuje de que esta obra es, más esencialmente es impulsado lo insólito y expulsado lo hasta entonces sólitamente aparente. Pero este empuje múltiple no es violento; pues mientras más puramente está la obra extasiada en lo manifiesto del ente por ella misma abierto, más sencillamente nos inserta en eso manifiesto y al mismo tiempo nos saca de lo habitual. Seguir este cambio quiere decir transformar las referencias habituales con el mundo y la tierra y acabando con toda acción, estimación, conocimiento o visión corrientes, atenerse a esas referencias para demorarse en la verdad que acontece en la obra... Dejar que una obra sea obra es lo que llamamos la contemplación de la obra. Únicamente en la contemplación, la obra se da en su ser-creatura como real, es decir, ahora haciéndose presente en su carácter de obra.

Si una obra... necesita esencialmente de los creadores, tampoco puede lo creado mismo llegar a ser existente sin la contemplación. Pero si una obra no encuentra de inmediato la contemplación que corresponde a la verdad que acontece en ella, eso de ninguna manera significa que la obra sea obra sin la contemplación. Si es una obra, siempre queda referida a los contempladores aun cuando y justo tenga que esperar por ellos y adquirir y aguardar el ingreso de ellos a su verdad.

La contemplación de la obra significa estar dentro de la patencia del ente que acontece en la obra. Pero la estancia dentro de la contemplación es un saber. Sin embargo, el saber no consiste en mero conocer y representarse algo. Quien verdaderamente sabe del ente, sabe lo que quiere en medio del ente.

El saber que queda como un querer y el querer que permanece un saber, es el extático abandonarse del hombre existente a la desocultación del ser... Sin embargo, en la existencia no sale el hombre de un interior a una exterioridad, sino que la esencia de la existencia es el soportante estar dentro en separación esencial de la iluminación del ente. Ni con la creación antes citada, ni con el querer ahora mencionado, se piensa en la ejecución ni en la acción de un sujeto que aspira y se pone a sí mismo como fin.

Querer es el escueto estado de resolución del existente ir-más-allá-de-sí-mismo, que se expone a la patencia del ente como puesta en la obra...Así la contemplación de la obra como saber es el sereno estado de interioridad en lo extraordinario de la verdad que acontece en la obra.

Este saber que se naturaliza como querer verdad de la obra y sólo así sigue siendo una verdad no la saca de su estar en sí, ni la arrastra al círculo de las meras vivencias, ni la rebaja al papel de mero excitante de éstas. La contemplación de la obra no aísla al hombre de sus vivencias, sino que las inserta en la pertenencia a la verdad que acontece en la obra... Sobre todo el saber en la manera de contemplar, está enteramente lejos de aquella habilidad de conocer, sólo por el gusto, lo formal de la obra, sus cualidades e incentivos, precisamente porque la contemplación es un saber.

El modo de la correcta contemplación de la obra se coproduce y se traza pura y exclusivamente por la obra misma. La contemplación acontece en diferentes grados del saber y con un alcance, persistencia y claridad cada vez diferentes... La peculiar realidad de la obra se contempla en la verdad que acontece por ella.

La manera como el hombre vive el arte debe dar una explicación sobre su esencia. La vivencia no es sólo la fuente decisiva que da la norma para el goce del arte, sino de la creación artística.

La verdad es la desocultación del ente en cuanto tal, la verdad es la verdad del ser. La belleza no ocurre al lado de esta verdad. Cuando la verdad se pone en la obra se manifiesta. El manifestarse es, como este ser de la verdad en la obra y como obra, la belleza. Así pertenece lo bello a la verdad que acontece por sí. No es sólo relativo al gusto y únicamente su objeto. La belleza descansa sin embargo en la forma, pero sólo porque la forma se alumbró un día desde el ser como la entidad del ente.

Fuente: "Arte y Poesía" editado por el Fondo de Cutura Económica. Este libro reúne dos ensayos escritos por Martin Heidegger, el primero "El origen de la obra de arte" publicado en 1952 y "Hölderlin y la esencia de la poesía" publicado en 1937, del primero me permití hacer una breve selección de lo que en mi opinión son sentencias de una gran belleza y certeza.

sábado, 21 de julio de 2007

¿CON EL PÚBLICO O A PESAR DEL PÚBLICO?


¿Crear pensando en el público o a pesar del público?

¿Programar a pesar del público o para el público?


Desde los doce años soy un visitante habitual de las salas de conciertos. En aquella época casi llevado por la curiosidad y debido a los comentarios de un amigo de lo que significaba para él la experiencia de un concierto con una orquesta en vivo, pedí a mi madre que me acompañara, desde ese fin de semana y hasta la fecha hace ya casi veinte años, probablemente no pasa una semana en la que no acuda por lo menos a un concierto.

Así que podría decirse que soy algo así como un público profesional. Mi afición llega a tal grado que cuando viajo procuro asistir por lo menos a un concierto o a varios si el tiempo y las actividades planeadas me lo permiten (aunque normalmente esto es parte habitual de los planes). He llegado a tal grado que he asistido inclusive durante años y cada semana a los ensayos de una orquesta, además, por supuesto, de asistir al concierto semanal. Llegué inclusive a trabajar en una orquesta no como músico sino como bibliotecario y solía sentarme durante cada ensayo justo en medio de la orquesta y desde luego, dentro de mis responsabilidades estaba el estar presente en los dos conciertos que la orquesta daba a la semana. Después con el tiempo pasé a ser un integrante de esta y a pesar de ello seguía asistiendo a otros conciertos siempre que podía y valía la pena el programa. Y así a lo largo de mi vida y desde esa primera ocasión sigo perfeccionándome en mi profesión de público musical profesional.

Mi afición me llevó al final como era casi previsible a dedicarme a la música y ya también llevo una buena cantidad de años viviendo de ello. Pero aún sigo siendo un espectador habitual y regular, sólo que hay ahora una sustancial diferencia entre el adolescente e inclusive el joven que con veintitantos acudía a un concierto en busca de algo que no sabía definir de una manera exacta y definitiva y cuyo comentario habitual, pero no por ello correcto ni más ajustado a la verdad era me gusta o no me gusta. Ahora a la vuelta de los años y como resultado de la reflexión puedo decir que lo que busco es sin duda la experiencia trascendental que sólo la música puede ofrecer al ser humano. Schopenhauer decía que a la música ha de reconocérsele que expresa la Idea misma del Mundo, hasta el punto que si alguien fuera capaz de trasladar esto a conceptos abstractos sería dueño de una filosofía con la que explicarse el Universo. La realidad es que es imposible decir algo más respecto a la música aparte de que es una vivencia, y yo lo que ahora busco –y desde siempre, sólo que ahora lo tengo absolutamente claro- cuando me interno en una sala de conciertos es estar presente cuando la música suceda.


No garantiza en absoluto que suceda la música si se programa una obra maestra como alguno de los últimos cuartetos de Beethoven, la sinfonía Gran Do mayor de Schubert o la Inconclusa, la octava sinfonía de Bruckner, las Variaciones Goldberg de Bach, los nocturnos de Chopin, etc.; es decir, esto no es, como creía en mi juventud, una garantía de que la música sucederá, sólo sucederá si las condiciones que la hacen posible se concretan y se unifican, esto por desgracia no es lo más común, pero aún sucede. Así que para mí es igualmente una gran sorpresa que suceda con autores bien integrados en el repertorio como con autores menos conocidos por más actuales, no importa que se llamen Grisey, Stockhausen, Luna, Sciarrino, Nono, Kurtag o Ferrer, lo único importante para mí es que la música suceda.


Y esto lo tengo muy presente cuando escribo mis obras. Yo escribo la música que me gustaría escuchar justo porque estoy convencido de que si es correctamente recreada el resultado será musical. Y también estoy convencido de que el público aunque probablemente no es consciente de qué es lo que busca cuando entra a una sala de conciertos (no tiene porque saberlo creo yo, pues al final no es algo que se sepa, sino que repito, se vive) es sensible, y además posee como cualquier ser humano lo que es una especie de instinto musical, el cual nos dice que a pesar de la calidad de la interpretación de la obra que se acaba de hacer allí –cuando aplica- lo que pasó frente a nuestros oídos fue una obra maestra y existe la posibilidad de que esta en algún momento nos conduzca a la experiencia musical cuando la obra corra con más suerte y encuentre unos intérpretes que le permitan ser. Por otro lado, también lo contrario sucede, el público sensible es capaz de reconocer de alguna manera inconsciente –aparentemente- la nula calidad musical de ciertas obras que inclusive se tienen como joyas del repertorio contemporáneo, pero como bien sabemos el tiempo es la prueba de fuego para cualquier obra, si esta es en verdad una obra musical durará y será acogida por el público, si no lo es, aunque la crítica así lo asegure –cosa que ha sucedido y sucede muy habitualmente- esta no resistirá el paso del tiempo y será al final olvidada, a pesar de lo poderosos que pudieran haber sido en su momento los intereses implicados en la –probablemente- constante programación de estas piezas en el presente.


¿Para quién escribe el músico creador?


Por supuesto sólo puedo dar mi versión de ello, cosa que en buena medida he hecho ya, pero también puedo decir que finalmente, tras adoptar la postura a mediados de los cincuenta -más o menos- los creadores de dar la espalda al público y teniendo a Adorno como un referente de la teoría de la Nueva Música (Neue Musik), hay desde hace un buen tiempo la contrapostura de volver a la música a su origen orgánico y natural, y no negar que en el campo de la acústica existe la armonicidad y la inarmonicidad, y que esta tiene una repercusión en la mente del auditorio de forma natural y orgánica, misma que más allá de cualquier postulado teórico es insustituible e innegable. Así que estamos, volviendo un grupo de creadores a parámetros que se consideraron prohibidos durante buena parte del siglo XX, la melodía, el concepto de consonancia y el de centro tonal (no tonalidad, aunque inclusive esta) en mi opinión para devolver la música a buena parte del público que se ha perdido, no como un objetivo sino como una consecuencia de reconocer el valor del mismo y la naturaleza musical y sensible que todo ser humano posee incluidos nosotros mismos.


Para cerrar este escrito quiero sólo reconocer que en lo personal si alguien es capaz de escribir una obra tan perfecta como una sinfonía de Bruckner en esta época y en la tonalidad de Re mayor o la que sea, esto para mí tiene tanto más valor por cuanto musical que es, que cualquier obra que se proponga a sí misma como una forma de transmisión de conocimiento, sólo porque justo la música no tiene nada que ver con la mente, la mente humana no es capaz de apreciar lo que de musical tiene la música, el conocimiento sí es, por otro lado, asimilable por la mente humana, así pues: vivencia (única, insustituible e individual) o palabra (la vivencia a través del filtro de la mente y del lenguaje), he allí el dilema.


domingo, 8 de julio de 2007

LA CREACIÓN HOY

Este texto es una adaptación libre de la charla que se celebró el 28 de mayo de 2007 en la Feria del Libro de Madrid.


Llamadme Iván.


No veo mejor forma de empezar esta charla que rindiendo homenaje a uno de los libros que más me han marcado, pues tratándose esta de una feria dedicada a los libros, no hay mejor ocasión para que hable de mi experiencia en la creación que a través de uno de mis libros favoritos: Moby Dick, de Herman Melville.


Pero antes de entrar en materia quisiera insistir en que creo sinceramente que no es posible hablar de la creación en presente, o mejor dicho, creo que de la creación sólo es posible hablar en presente, pues el acto creativo sólo cobra cabal sentido cuando es finalmente contemplado, es decir, vivido. Esta es sin duda una parte fundamental del crear, el relacionarse con la experiencia que aporta esa obra de arte, por ello creo que sólo es posible hablar de la creación en un presente continuo, en un hoy absoluto que ocurre cada vez que el cuadro, la imagen, el poema, la obra musical, la obra teatral son contempladas, y en su caso ejecutadas o recreadas, y por tanto nos conducen a vivir la experiencia estética.


Vuelvo ahora al libro de Melville. Seleccioné este libro porque además de ser uno de mis favoritos como he mencionado, es además un libro con el cual me identifico como creador, y es que me identifico con sus dos principales personajes cuando pienso en mi experiencia en el arte. Primero con el capitán Ahab. Un hombre de mar dedicado a la caza de ballenas que un buen día en alta mar tiene la suerte de encontrarse con la gran y terrible ballena blanca, con el Leviathán, con Moby Dick, y sale a su caza. De este monstruo tan blanco como la cima nevada de las montañas, los marineros conocían sólo las historias que otros marineros contaban, pero "pocos han sido los que la han visto de manera consciente y menos aún los que se han enfrentada a ella a sabiendas…" Ahab será uno de esos pocos. Sale a su caza con tres embarcaciones, tres lanchas, mismas que destroza la ballena y en la locura y desesperación de Ahab por dar muerte a Moby Dick se monta en ella con un puñal de 6 pulgadas en la mano mismo con el que intenta darle muerte (¡!), hundiéndolo una y otra vez en la blanca ballena. Moby Dick le engancha con su torcida quijada y de un bocado le cercena una pierna.


Es en el viaje de vuelta -nos dice Ismael quien es el otro personaje principal, el relator de la historia- y tras sufrir constantemente el intenso dolor y tomar conciencia de la pérdida de la extremidad, que Ahab inmerso en esa locura y desde entonces presa de la rabia y el delirio sólo concibe una idea que dé sentido a su existencia: dar caza a Moby Dick.


Pues bien, en mi opinión la historia de muchos creadores –entre los que me incluyo- es muy parecida a la de Ahab. Un buen día una persona tan común y corriente como cualquiera accede a un teatro, a una sala de conciertos, contempla un lienzo, lee un poema, una novela y después de esta experiencia queda marcado para siempre, tan marcado como si ese acto de contemplación le hubiera llevado a perder una extremidad, pero en este caso se trata sin lugar a dudas de una pérdida aún mayor y es la pérdida de la propia identidad. La experiencia en el momento es, sin duda alguna de una gran intensidad, pero es en los días posteriores a ella, cuando se vive la falta de esa experiencia e intenta uno revivirla una y otra vez inútilmente –pues es única e irrepetible- que uno deja de ser para poder ser, es decir pierde uno su identidad, pero a cambio recibe un camino y una posibilidad de ser. Y ya está, desde entonces nada dará sentido a la propia existencia si no es el cazar a la gran ballena blanca que no es otra cosa que el acto artístico-creativo, nada será si no se logra atrapar, aprehender a la experiencia estética y por supuesto exhibirla que no es otra cosa que hacer a los demás partícipes de ella.


Pero el capitán Ahab es igualmente un ilusionista, y con esto no quiero decir que la obra de arte sea una ilusión, al contario, la obra de arte es la más absoluta de las realidades conformada por la más cruda realidad. Pero Ahab es un ilusionista porque crea en su tripulación la ilusión de que la ballena, a la que repito, sólo han conocido a través de historias, en verdad existe y además, que atraparla dota de algún sentido superior a su viaje. Pues bien, el artista es igualmente un ilusionista porque es capaz de crear en nosotros la ilusión de que ese terrible animal marino existe, que la experiencia estética en realidad es justamente todo lo contrario a la ilusión y por supuesto nos hace creer antes de experimentarla, que justo esta puede dotar de algún sentido a nuestro viaje. Aparecemos entonces como los navegantes de un barco que se dedican a una tarea muy específica, es decir no somos todos los convocados a esta aventura sino sólo somos algunos los que estamos dispuestos a embarcarnos y a recorrer medio mundo para estar presentes cuando el acto artístico tenga lugar, pero así como a la tripulación del Pequod la movían intereses diversos, entre las personas que acuden a una sala de conciertos o a una galería también existen distintas razones por las que buscamos esa vivencia.


Hablaré entonces de Ismael el otro gran personaje de esta novela, el relator, el único sobreviviente de la aventura y el único testigo que puede dar fe de ella. Decía que me identificaba con ambos personajes y diré ahora el porqué de mi identificación con Ismael. Dice Ismael: "…no habiendo nada especialmente interesante para mí en la tierra decidí embarcarme, para ver la parte líquida del mundo…" Ismael es un personaje que se involucra en esta aventura casi por casualidad, él no es un marino profesional, es un profesor de escuela, pero la navegación es su forma de escapar del mundo cuando como él dice "hay un sombrío y húmedo noviembre en mi alma…" y sin embargo es el único que sobrevive a la aventura. También es el relator, el único que puede dar fe del enfrentamiento de Ahab con Moby Dick, y de la suerte de ambos. Es decir que él mismo vio a la ballena, se enfrentó a ella y logró casi también por una casualidad sobrevivir a la aventura. ¿Es el mismo Ismael antes y después de la experiencia? Tan diferente como haber sobrevivido al naufragio y al enfrentamiento, pero al fin y al cabo ¿quién puede entender realmente la fuerza de la experiencia que vivió? ¿Quién puede apreciar en toda su extensión las consecuencias de la misma si no él mismo? ¿No es el creador a su vez el relator de diversas historias a su vez por él experimentadas? ¿Y quién puede dar justa cuenta de ellas sino él mismo? Pero, ¿cuáles han sido y siguen siendo las razones para exponernos constantemente a la vivencia artística, sino el no encontrar nada que sea especialmente interesante en la tierra, en la cotidianidad, en la aparente realidad para nosotros? Pero si decidimos embarcarnos, no nos embarcamos como un pasajero más, sino como parte de la tripulación, como un marino más que comparte obligaciones pero también el fruto de la caza. Pero también corremos el riesgo de ser sacudidos y arrojados por Moby Dick, y es entonces que la única vía para recobrar la cordura perdida tras la vivencia es exponer nuestra propia versión de la misma ¿O es que no somos al final de la experiencia sino sobrevivientes, sobrevivientes del naufragio de la realidad en las aguas de la absoluta verdad? ¿Náufragos que son recogidos por otros en busca de sus propios y extraviados hijos y que sólo encuentran a un nuevo huérfano dueño de una historia?


Pues mi experiencia como creador se define también porque soy un relator de otras historias, de otras experiencias a las que tenido acceso, que he vivido. Es justamente por mi amor a estas experiencias que dedico mi vida a su búsqueda y captura, aún cuando, como la ballena blanca, al final se pierde la vivencia en la extensión del inmenso mar, en la dilatación de la nada y lo único que queda de ella es lo que somos después de ella. Al final quedamos aferrados a un trozo de madera que es justamente el símbolo de la muerte –como Ismaeles aferrados al ataúd de Queequeg- pero que a su vez nos permite subsistir y entonces volvemos a contar nuestra historia en la que de nuevo somos Ahab e Ismael, y nos embarcamos en busca de una leyenda, de una historia, de la gran bestia indomable.


miércoles, 23 de mayo de 2007

Próximamente....

El Diván de Iván


el Blog.